Tres días después de la manifestación popular más grande de la historia de México, en un mensaje a la Nación trasmitido en cadena nacional —como era la usanza ante sucesos graves—, el presidente Vicente Fox tuvo que recular públicamente y, en la vía de los hechos, detuvo el desafuero. Esta estrepitosa derrota política puso al panismo en la lona de la arena política y catapultó a Andrés Manuel como el candidato con mayores posibilidades rumbo a la sucesión presidencial de 2006. Fue uno de los más importantes, impresionantes y sonados triunfos del pueblo organizado.
La noche del 27 de abril de 2005, con el rostro adusto y desencajado, dejando atrás su falso carisma —sin bromas bobas ni frases deshilvanadas—, el presidente Vicente Fox anunció la ‘renuncia’ del procurador general de la República, Rafael Macedo de la Concha, uno de los principales ejecutores del proceso judicial contra el gobernante capitalino. A su vez, informó que la Procuraduría General de la República (PGR) revisaría ‘de manera exhaustiva el expediente de consignación del jefe de Gobierno del Distrito Federal —a quien no mencionó por su nombre— en la búsqueda de ”preservar dentro del marco de la ley la mayor armonía política del país”. Y remató con la frase: ”A nadie se impedirá participar en la próxima contienda electoral”. Lo que fue tomado como la firma de la rendición. Más allá del mensaje foxista de claudicación, AMLO ya despachaba desde el lunes 25 en el Antiguo Palacio del Ayuntamiento, pues el apoyo masivo del pueblo concitado en el Zócalo —la gente llegó hasta la fuente de petróleos—, no solo era un mensaje demoledor ante la adversidad, sino que era la evidencia de un movimiento en ascenso. El pueblo era imparable, algo que el grupo en el poder esta vez leyó a tiempo.La editorial de La Jornada del 28 de abril es un documento de valía histórica que sintetiza los significados del desafuero y su desenlace:“Poder faccioso, nunca más.
Fue un triunfo de la gente. Los ciudadanos que se movilizaron por decenas y centenares de miles hasta sobrepasar el millón, en la marcha del domingo pasado, en defensa de la democracia, la paz y los derechos políticos de todos, deben sentirse satisfechos por haber impuesto, en forma pacífica, civilizada y legal, una solución razonable y sensata a la polarización y la crispación en que se había sumido a la República por el empeño gubernamental de eliminar política y jurídicamente al jefe del gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador, del escenario electoral del año entrante, con lo que no sólo se cometía un atropello contra el tabasqueño, sino también contra el derecho de los electores a emitir su voto por quien deseen”.
Con el triunfo popular en la bolsa, como ha ocurrido en los episodios culminantes de su vida personal, AMLO actuó como estadista. En concordancia con su discurso del domingo 24 de abril, propuso diálogo con el gobierno federal para dar vuelta a la página y generar mejores condiciones para el cambio pacífico de régimen. “No hay que astillar la silla presidencial, sino nadie se va a poder sentar en ella”, solía decir.
En una carta al presidente Vicente Fox, el jefe de Gobierno planteó un intercambio sin condiciones sobre el derecho a la libertad de elección del pueblo de México, y expuso que hacer valer las libertades ciudadanas “es una obligación de quienes venimos de los movimientos democráticos de oposición a los gobiernos priistas”. Así, le propinó otra cachetada con guante blanco al ex gerente de la Coca Cola.
No obstante, el propio AMLO narró que, después de enviar estar carta, Fox lo recibió en Los Pinos; marcado por el resentimiento de la derrota. El presidente no atinó a leer la altura de miras del opositor, sino que simplemente atendió la reunión de manera seca y protocolaria, desaprovechando una gran oportunidad de evitar la polarización que el guanajuatense había iniciado, irresponsablemente, con el uso faccioso del Estado.
Por ello, a pesar de la gran victoria, el movimiento de resistencia surgido al calor de la lucha se mantuvo alerta y activo. La mafia del poder no se iba a quedar cruzada de brazos ante la derrota foxista —como habría de verse tan solo unos meses después—. Desde el primer minuto del mensaje de Fox a la nación, cuando reconoció su derrota política, la mafia rumió entre telones la necesidad de reorganizarse e iniciar el contraataque.
El gran cronista Jaime Avilés, visionario y comprometido como siempre, aseveró: “Los microorganismos ciudadanos que apenas hace unas cuantas semanas constituyeron el Lado Izquierdo Opositor (LIO) y lanzaron el Manifiesto Ladoísta, no se equivocaron al afirmar, en el punto 12 del documento, que la lucha contra el desafuero sería “breve, intensa y victoriosa” o —como establecieron en la exposición de motivos— que “antes, durante y después del desafuero” elevarían su “capacidad de respuesta”, sin apartarse de los principios básicos de la desobediencia civil que son “la creatividad, la firmeza y la alegría.
De la efervescencia del triunfo sobre el foxismo, el movimiento tendría que arreglárselas para pasar a la promoción del voto, y hacer frente a nuestro talón de Aquiles: la defensa eficaz del voto en el proceso electoral venidero. No había tiempo ni para respirar. Pero aquellos días de abril de 2005, irrumpía una nueva fuerza social, y no podríamos entender el presente sin las jornadas de resistencia popular de aquellas mujeres y hombres del pueblo, de aquellos días intensos de quienes no se rindieron para sentenciar una historia que apenas comenzaba.
- *Este texto forma parte de “Los años de la resistencia”, un libro de próxima aparición del autor del mismo
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